Lunes a Viernes 12:00 y 19:30
Sábados y Vísperas: 12:45 y 19:30
Domingos y Festivos de Precepto: 10:00, (11:00 Misa de familias septiembre a junio), 12:45 y 19:30
Habitualmente 15 minutos antes de las Misas, dependiendo de la disponibilidad del Sacerdote.
Primer viernes del mes a las 18:00
Todos los días 19:00
La Eucaristía es el centro de nuestra fe también en los momentos de duelo. Cuando un ser querido fallece, la comunidad cristiana se une en la Misa exequial para encomendar su alma al Señor, consolar a la familia y afirmar nuestra esperanza en la vida eterna.
También puedes pedir Misas de aniversario o sufragio por tus difuntos, especialmente en fechas significativas como el primer mes, el primer año o aniversarios posteriores. Es un modo de mantener viva su memoria y orar por su descanso eterno.
Para solicitar una Misa funeral o de aniversario, puedes dirigirte al despacho parroquial o contactar con nosotros a través del formulario web.
La Santa Misa es la celebración litúrgica central de los cristianos.
Actualizamos sacramentalmente el sacrificio de Cristo:
No es un simple “recuerdo”: la entrega de Jesús en la cruz y su Resurrección se hacen presentes “aquí y ahora”, de forma incruenta pero real, bajo los signos de pan y vino.
Escuchamos la Palabra de Dios:
Lecturas, salmo y Evangelio son proclamados; Dios habla hoy a su pueblo y nos ofrece luz para la vida diaria.
Entramos en comunión:
Por la Comunión eucarística recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que nos unen íntimamente con Él y, a la vez, con todos los bautizados recibimos a Jesús en nuestro corazón y nos sentimos más unidos entre nosotros.
Somos enviados:
La Misa culmina enviándonos a vivir y compartir lo que hemos celebrado. No se queda en las cuatro paredes del templo (se nos envía a llevar el amor y la alegría de Dios al mundo).
Mandato de Cristo:
“Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). Participar cada domingo responde a un deseo expreso de Jesús.
Encuentro vivo con el Señor:
No hay intimidad más profunda que recibirle en la Eucaristía. Alimenta el alma como el pan al cuerpo.
Comunidad y pertenencia:
La fe es personal pero no individualista; la Misa nos recuerda que caminamos como familia.
Escuela de la Palabra:
Escuchar la Escritura regularmente forma la conciencia y orienta las decisiones cotidianas.
Fuente de Gracia:
La Gracia sacramental fortalece para perdonar, amar al prójimo y afrontar sufrimientos.
Respeto al precepto dominical:
La Iglesia, como madre y maestra, pide ir a Misa los domingos y fiestas de guardar (CIC §2180‑2181). Es un mínimo indispensable, no un máximo opcional.
Anticipo del Cielo:
La liturgia terrenal participa de la liturgia celestial; es asomarnos, ya en esta vida, a la alegría eterna.
Comparte tu propia experiencia:
Cuenta por qué la Misa te hace bien: “Salgo con paz” o “Me ayuda a empezar la semana con fuerzas”. Las historias personales inspiran más que los sermones.
Haz una invitación cercana y concreta:
En lugar de “Deberías ir a Misa”, prueba con: “Este domingo a las 11 voy a la iglesia y después tomamos un café juntos, ¿te animas?”
Elige celebraciones especiales:
Misas con coro infantil, fiestas patronales, primeras comuniones o Navidad suelen ser más alegres, festivas y fáciles para un primer contacto.
Explica lo básico antes de entrar
Comenta en dos minutos qué va a pasar: Lecturas, homilía, Ofertorio, Comunión. Así evitas que se sientan perdidos.
Si van niños, prepara algo para ellos
Llévales un librito con dibujos de la Misa, un misal infantil o explícale gestos sencillos (“ahora nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio”).
Sé flexible y respetuoso
Si tu invitado no está bautizado o no quiere comulgar, dile que puede quedarse sentado; lo importante es que se sienta acogido.
Aprovecha las redes sociales:
Comparte en WhatsApp, Facebook o Instagram los horarios, actividades solidarias y fotos de la comunidad: muestra que la iglesia está viva.
Propón un plan alrededor:
Después de la Misa, una comida familiar, un paseo o un helado convierten la invitación en un momento completo de convivencia.
Invita con alegría, no por obligación:
La mejor “publicidad” es tu sonrisa y tu entusiasmo: la fe se contagia más por atracción que por presión.
Reza por ellos:
Pídele a Dios que abra corazones y que tu invitación sea un gesto de cariño, no de imposición.
Con cercanía, respeto y buen ánimo, tu invitación puede convertirse en una puerta abierta para que tus seres queridos descubran la alegría de la Misa.
Prepararse:
Llegar con tiempo, repasar las lecturas antes, ofrecer tus intenciones y lo vivido en la semana.
Participar de corazón:
Responder, cantar, seguir las oraciones; la Misa no es “espectáculo” sino acción de todo el pueblo.
Confesarse con regularidad:
Así la Comunión es fructífera (1 Co 11,27‑29).
Vivir lo celebrado:
Deja que la Palabra y la Eucaristía modelen tus decisiones: familia, trabajo, descanso, solidaridad, ...
Asistir a la Santa Misa es el momento más grande que tenemos: se unen cielo y tierra, se renueva la alianza con Dios y se enciende la caridad para llevarla al mundo.
La Iglesia permite recibir la Sagrada Comunión en la mano como una forma válida y reverente de acercarse al Cuerpo de Cristo. Sin embargo, no es un gesto cualquiera. Si eliges comulgar así, recuerda que no estás tomando un simple trozo de pan, sino al mismo Jesús vivo y resucitado, presente real y verdaderamente en la Eucaristía:
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.”
(Lucas 22,19)
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”
(Juan 6,51)
“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.”
(Juan 6,56)
Recibir la comunión en la mano exige un acto de profunda reverencia, cuidado y amor:
Este gesto, sencillo pero profundo, habla de tu relación con Cristo. Que tus manos y tu corazón estén siempre limpios y preparados para recibirlo con amor y humildad.
“Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor.”
(1 Corintios 11,27)
“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.”
Juan 6, 53-56
Jesús reafirma cuatro veces la necesidad de comer su carne y beber su sangre. Sus palabras son tan literales que muchos discípulos lo abandonaron por no poder aceptarlas.
En la Eucaristía, recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies del pan y del vino. Sin embargo, durante la Comunión solemos recibir solo la forma del pan (el Cuerpo) y no el vino (la Sangre), por varias razones litúrgicas, prácticas y teológicas:
En casos especiales, como las personas celíacas, que no pueden consumir gluten, o con problemas que impidan recibir la hostia, la Iglesia permite comulgar con el vino, que también es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que nadie quede privado de este sacramento.
La Iglesia nos invita a prepararnos interiormente para recibir a Jesús en la Eucaristía.
Una de las formas de hacerlo es a través del ayuno eucarístico, que consiste en abstenerse de alimentos y bebidas (excepto agua y medicinas) al menos una hora antes de comulgar.
Este gesto es un pequeño sacrificio que expresa el respeto y la reverencia ante el Cuerpo de Cristo, recordándonos que no vamos a recibir un simple alimento, sino al mismo Señor.
Para participar dignamente de la Eucaristía, es importante estar presentes desde el comienzo de la Misa, o como mínimo, antes del momento de la Consagración. Llegar después de este momento tan sagrado puede impedir que se comulgue, salvo por causa grave.
La Misa no es solo “ir a comulgar”, sino participar en el Sacrificio completo que se ofrece a Dios. Por eso, llegar puntuales demuestra nuestro amor y respeto hacia el Señor.
A veces, una persona no puede recibir la Comunión sacramental:
– Porque no ha podido confesarse,
– Porque no está en gracia,
– Porque no ha recibido todavía la Primera Comunión,
– O porque simplemente no está preparada interiormente.
En estos casos, la Iglesia nos recuerda que siempre es posible hacer la Comunión espiritual: un acto de fe y de amor, en el que se desea unirse a Cristo presente en la Eucaristía, aunque no se reciba físicamente el Cuerpo del Señor.
“Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.
Pero como ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a Ti.
No permitas que jamás me separe de Ti. Amén.”
Parroquia Santa María del Pino
Copyright © 2025 Santa Maria del Pino - Todos los derechos reservados.