En medio de un mundo que muchas veces nos carga con culpas, heridas y cansancio interior, la Iglesia nos ofrece un tesoro de amor y sanación: el Sacramento de la Reconciliación, también llamado Confesión o Penitencia. No es un acto mecánico ni una formalidad, sino un verdadero encuentro con Cristo que perdona, levanta y renueva el corazón.
Habitualmente se ofrece la posibilidad de confesarse 15 minutos antes de cada misa (dependiendo de la disponibilidad del Sacerdote).
Lunes a Viernes 11:45 y 19:15
Sábados y Vísperas: 12:30 y 19:10
Domingos y Festivos de Precepto: 9:45 , 12:30 y 19:15
En ocasiones contamos con la presencia de otros sacerdotes para atender confesiones en los siguientes horarios:
Miércoles de 18:30 a 19:00
Viernes de 11:00 a 12:30
También podría ser en cualquier otro momento solicitándolo previamente al sacerdote.
Si hace mucho tiempo que no te confiesas, no tengas miedo. El sacerdote puede ayudarte a prepararte. Jesús te espera con los brazos abiertos, como el padre que corre al encuentro del hijo que regresa a casa:
“Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó”
(Lucas 15,20)
Es el sacramento por el cual recibimos el perdón de Dios por nuestros pecados cometidos después del bautismo. A través de la confesión sincera, el arrepentimiento y la absolución que el sacerdote otorga en nombre de Cristo, somos reconciliados con Dios, con la Iglesia y con nosotros mismos.
Jesús instituyó este sacramento el día de su resurrección. Se apareció a los discípulos, sopló sobre ellos y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”
(Juan 20, 22-23)
Con estas palabras, el Señor confió a los apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados en su nombre.
“La diferencia entre la justicia humana y la justicia divina es que, cuando en la justicia humana uno se declara culpable, es condenado; y, en la justicia divina, es perdonado.”
El sacerdote actúa en la persona de Cristo. No nos juzga, sino que escucha con misericordia, aconseja con delicadeza y nos ofrece el perdón de Dios. Es un padre espiritual que nos acoge en nombre de la Iglesia y nos ayuda a comenzar de nuevo con alegría y esperanza.
La Iglesia nos recuerda que debemos confesarnos al menos una vez al año, especialmente si hemos cometido algún pecado grave. Sin embargo, hacerlo con mayor regularidad —por ejemplo una vez al mes— nos ayuda a mantener el alma limpia, crecer espiritualmente y vivir con mayor libertad interior.
Es importante recordar que para recibir la Sagrada Comunión debemos estar en gracia de Dios. Si somos conscientes de haber cometido un pecado grave, debemos acudir primero al sacramento de la confesión. De esta manera, nos acercamos al altar con el alma limpia y abierta a recibir plenamente el amor de Cristo.
La confesión no es un castigo, es un regalo de amor. Es Dios mismo quien nos cura y nos devuelve la paz del corazón.
“Os digo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión”
(Lucas 15,7)
Acercarse a comulgar sin haber confesado previamente un pecado grave es un acto de deshonra hacia el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El apóstol San Pablo advierte sobre esto en su primera carta a los Corintios:
“De manera que cualquiera que comiere este Pan o bebiere esta Copa del Señor indignamente, será culpado del Cuerpo y de la Sangre del Señor. […] Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el Cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.”
— 1 Corintios 11:27,29
A veces necesitamos tiempo, silencio y acompañamiento para confesar con más calma y profundidad. Puedes pedir una cita personal con el sacerdote para una confesión guiada o para hablar antes de recibir el sacramento.
Parroquia Santa María del Pino
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